jueves, 5 de diciembre de 2013

La verdadera historia de Drácula y Frankenstein

De los clásicos presuponemos todo. O casi todo. Pero lo que realmente sabemos muchas veces nos viene de oídas, de saberes populares y de películas. Sacando a los amantes de la literatura, eruditos que llegaron al final de enciclopedias como “La guerra y la Paz” o “En busca del tiempo perdido”, los demás nos las hemos arreglados con fragmentos del basto universo ficcional. No mencionaré aquí el Cannon de occidente. Desconozco porqué pero clásico me sabe a terror. A Drácula. A Frankestein.
Muchos años antes de adentrarme en la magna obra de Bram Stoker, me dejé tentar por la excelente y perturbadora novela de Anne Rice Entrevista con el vampiro. No fue en vano. Y a su modo la lectura del primer libro de la saga de atormentados chupasangres me sirvió de antídoto cuando tuve que exponerme a su versión cinematográfica. Poco y nada de la oscura creación de Rice quedó graficado en el filme de Neil Jordan. Todo lo que Jordan insinúa, Rice lo desarrolla en su obra de un modo apabullante. La eternidad como auténtico enigma a resolver por los condenados a la sed.
“El Frankenstein de Mary Shelley, tenía el pelo largo y citaba a Plutarco. El Drácula de Bram Stoker estaba obsesionado por dejar Transilvania y vivir en la gran ciudad: Londres”.
Con las otras dos grandes novelas de terror de todos los tiempos: Drácula y Frankenstein, la experiencia fue distinta. Ambas estaban ahí, dando vueltas desde tiempos inmemoriales. Dibujadas a grandes trazos. Historias pendiendo de un imaginario hilo que conducía debilmente a la fuente original. La aparición del filme de Francis Ford Coppola, en teoría una reivindicación de la obra de Stoker, en el fondo no hizo más que reafirmar aquello que se decía del personaje pero que estaba muy lejos de lo que el escritor había imaginado para él.

No importa lo que diga o haya dicho la publicidad oficial del filme de Coppola, el guión no sigue ni de cerca el argumento del libro de Stoker. En la novela, los verdaderos héroes son los perseguidores del vampiro, entretanto que el adinerado Conde, es reducido a una bestia hambrienta que vive y muere nostálgica de una ciudad que no conoce: Londres. Aunque hay una joven de por medio, y aunque esta es bonita y agraciada, el Conde está mucho más interesado en cambiar su oscuro castillo en Transilvania por una urbe cosmopolita, antes que por el cuello de la dama.
Con Frankenstein ocurre algo similar. La novela de Mary Shelley, llamada “Frankenstein o el moderno Prometeo”, difiere y mucho de la versión que llegó hasta nosotros. Irónicamente, también el filme de Kenneth Branagh, fue promocionado como “la película del libro”.
La creatura sin nombre, a quien Víctor Frankenstein le heredó su apellido, pero que durante gran parte del libro éste sólo llama demonio, monstruo o cosas peores, muestra dosis de compasión para con los demás al comienzo del filme para después revelarse como un auténtico y colosal hijo de perra. Un energúmeno que pudiendo ser grandioso siente tal desconsuelo por sí mismo y su fealdad, que prefiere dedicarse a ejercer el mal de la manera más cobarde posible. Víctor Frankenstein tampoco sale muy bien parado. A pesar de su condición de hombre de ciencias y apasionado hijo y amante, su carácter deja mucho que desear. Curiosamente en el mismo minuto en que consigue su propósito: darle vida a la carne, huye despavorido de su logro. Un hecho no menor que terminaría condenándolo.
Que ninguna de estas incómodas alteraciones se encuentre en las películas debería servir como aliciente para adentrarse en su génesis.

lunes, 2 de diciembre de 2013

La verdad acerca de la verdad


Después de todo la “no ficción” puede haber sido apenas otra de las tantas facetas de la ficción literaria.
Probablemente las primeras dudas acerca de la veracidad de los hechos narrados por Truman Capote en su célebre “A Sangre Fría” hayan provenido de los propios habitantes del pequeño pueblo de Kansas, donde los cuatro miembros de la familia Clutter fueron asesinados. Pero o nadie los escuchó o no se dejaron oír. También ellos, muchos de ellos, terminaron cautivados por la voz seductora del gran Truman.
En noviembre del 2009 se cumplieron 50 años de este salvaje homicidio perpetrado por Dick Hickock y Perry Smith. Como ya es sabido, Capote leyó la noticia en un diario, la recortó e inició un proyecto que cambiaría para siempre el paradigma novelístico y periodístico contemporáneo. Hacía tiempo ya que gente como Norman Mailer y Tom Wolfe venían sentenciando la muerte de la novela moderna. Pues bien, Capote decidió hacer algo al respecto. Otros también lo intentaron pero nadie llegó a tales alturas.
Coincidiendo con el medio siglo del crimen, aparecieron en los medios, por primera vez de un modo más nítido, las opiniones de algunos de los habitantes de Holcomb. Y no eran voces amables. Varios de ellos se quejaban de la falta de veracidad en los acontecimientos narrados por el escritor americano. ¿Estaban insinuando que las cosas no fueron como las describe Capote en su consagrado libro? Por supuesto, a esta altura del partido a quién le importa. Bueno, quizás a la gente de Holcomb le importe mucho. Claro, como consecuencia directa de este, cómo llamarlo, desliz poético por parte de Capote, los lectores deberíamos ir desechando la idea de lo no ficcional al menos en su obra.
Años después del caso de los Clutter, Capote trabajó en otra historia criminal. Se trataba de unos homicidios cuyas pistas, seguidas por un detective que se transformaría en amigo de Capote, conducían a la figura de un rico terrateniente. El relato “Tumbas talladas a mano”, fue incluido dentro del libro “Música para Camaleones”. A pocos se les hubiera ocurrido poner en duda lo contado por Capote. Pero hubo quien chequeó algunos datos que le dan coherencia a esa narración.
Dan Hogan, editor del sitio interjunction.org, escribió un interesante artículo llamado “The truth about non-fiction”, en el que cuenta que el periodista Peter Gillman investigó los dichos de Capote.
Según Gillman: “Es una cuestión de sentido común: si en un pequeño pueblo del Medio Oeste de los Estados Unidos se hubieran descubierto asesinatos seriales, es algo que habríamos sabido todos”.
Gillman tomó contacto con la viuda de Alvin Dewey, quien lideró la investigación del asesinato de los Clutter. Marie Dewey le dijo a Gillman: “Hay que recordar que Truman Capote era un fantasioso y mucho de lo que dijo no era cierto”. Guau.
Capote era conocido por no grabar ni tomar apuntes. Aseguraba que era capaz de recordar el 94 por ciento del contenido de las conversaciones que mantenía con sus entrevistados. Así lo hizo para su “A sangre fría”.
Gillman asegura que hay una relación directa entre las memorias de la señora Dewey y el nacimiento de “Ataúdes esculpidas a mano”. ¿Capote le robó la idea a la noble mujer?
Cuando Capote dio a la luz, de un modo doloroso y agotador, el libro con el cual alcanzaría la consagración eterna, se lo cuestionó por ir a buscar lo que su propia imaginación le había vedado. Ahora, investigaciones posteriores y Google mediante, sabemos que no, que la imaginación de Truman Capote permanecía intacta.
Fue hacia la realidad y encontró en ella un nuevo pretexto para barajar y dar de nuevo.