miércoles, 12 de julio de 2017

Dedicado a Pac, Gonzalo Muñoz


Le dicen Pac. Gonzalo Muñoz del Campo tiene 22 años y lucha por su vida en la cama del hospital de Regional de Punta Arenas. Es un chico delgado, de rostro agradable, suave. Terminó allí porque quería proteger a sus amigos de la locura criminal de los otros. Porque no quiso irse a su casa cuando pudo. Un grupo de personas, entre ellos dos carabineros, lo atacaron con una ferocidad que pocas veces se ha registrado en Puerto Natales. Ocurrió a las 5,30 de la madrugada en calles céntricas del pueblo.
Tiene una banda de rock. Vanal. En youtube pueden escucharse las canciones de esta agrupación natalina. Hay discos completos.
Durante la temporada de verano lo vi trabajar en el Cormorán de las Rocas. Un restaurante en el que ceno habitualmente. Sigo la tradición de mi padre, Soy hombre restaurantes.
Siempre le elogié su estilo. Su onda. Su aro llamativo en el lóbulo izquierdo. La manera en que cultivaba su look gitano-pop. La ropa le quedaba ancha. Suelta. Usaba chaquetas delgadas. Rockers.
Como una rutina, le preguntaba si iba a ir después del trabajo al Slowly. Era educado. Respondía que probablemente. Nos dábamos la mano. Me caía bien. Su imagen estaba emparentada en mi mente con el sushi y el Happy Hour de Cosmopolitan del Cormorán. Caminaba ágil entre la cocina, el salón y la barra. Me llamaban la atención sus pasos firmes y largos. Porque Pac no es un hombrón. Es más bien pequeño. Eléctrico.
Me cuentan que atraviesa el peor momento de su existencia. Que los doctores vaticinan que morirá. Que sus padres aguardan. Que a pesar de todos los pronósticos su organismo revela alguna mejoría. No puedo afirmar si los cuerpos luchan. Tal vez la vida se empecina cuando hay alguien detrás que sabe sonreír.
Pac sonreía cálidamente. Sus calles eran las mías. Su bar el mío. Algunos de sus amigos, mis amigos.
En marzo se sentó junto a una mesa de los muchachos peso pesados. Estaba el escritor Hugo Vera Miranda, el periodista Guillermo Muñoz, el abogado Rafael Gaete y estaba yo. Entonces apareció Pac y Vera miranda lo invitó a sentarse. Mordió una cerveza con nosotros. Le pregunté si tocaba la guitarra. Si en verdad tenía sangre gitana. Elogié una vez más su look. Después partimos hacia donde todos partes ciertas noches extrañas.
Pac se quedó. Entre camaradas, entre primos, entre vecinos. Que es como todos nos sentimos en el Slowly.
Apenas unas madrugadas antes, yo mismo andaba por las calles vacías de Puerto Natales. Era el final del verano y mi cuerda desafinaba. Pero reconocía la belleza del pueblo. Sus cielos infinitos. Las luces que explotan sobre las veredas. Y todo parece futurista e irreal. Es que somos viajantes de un tiempo que aun no ha sido construido.
Amo las madrugadas de Puerto Natales. Los tirapiedras los amamos.
Pac andaba en eso cuando se encontró con la furia, la sangre y la locura. No tenía porqué ser.
Entonces mi rabia y mi impotencia. Entonces hago lo único que sé hacer profesionalmente y como persona. Lo haré por él. Contar lo que ocurrió. Hasta el final.

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