miércoles, 18 de junio de 2014

Los que dispararon ese 17 de junio de 2010 en Bariloche

El 17 de junio de 2010 fueron asesinados dos jóvenes en el Alto de Bariloche. Se trata de Nicolás Carrasco y Sergio Cárdenas. Hasta hoy la justicia rionegrina no ha encontrado a los culpables. Sin embargo, un estudio realizado por un prestigioso físico del Centro Atómico deja sorprendentes certezas acerca de quiénes pueden ser los autores de los disparos. Además revela que los muertos debieron ser muchos más tomando en cuenta la cantidad de munición que se utilizó ese día. La suerte estuvo del lado de cientos de personas aunque hubieron decenas, si decenas, que recibieron impactos que pudieron resultar fatales. De dónde, a qué hora, con qué munición y desde qué ángulos fueron hechos los disparos quedó confirmado en esta investigación. Hace un par de años tuve acceso a ella y la publiqué. Aquí dejo aquel artículo.

La investigación que revela los probables culpables de las muertes de los chicos del Alto.

lunes, 16 de junio de 2014

Breves historias de padres

Los amigos le hacían chistes malos. “Van a volver con la panza llena de huesos, qué título ni qué título te van a traer”. Pero él, un hombre de campo, tan de campo como la gente que lo chicaneaba, mandó no más a sus dos hijas a estudiar para maestras. Era lo que había. O maestra o telefonista. Maestras. Volvieron con el título. No eran ningunas tontas las hijas de Antuco. Antuco que ha muerto hace unos años. El sur abraza sus huesos.
A su propio hijo Nino le retaceaba la plata pero a los hijos de otros los ayudaba con una responsabilidad ultramarina. Repetía su propia historia, sus tías pobres se habían apiadado de él cuando era un chico. De sus padres escasas noticias. Después se volvió avaro.
Le gustaba estar en el sillón, como un Oso, por eso le decían Papá Oso. Miraba tele. Daba consejos. Hacía chistes. Se emborrachaba con sus hijos y los amigos de sus hijos. Todo sin levantar el culo. Lo extrañamos. Viejo pillo.
Arriba de una carreta vendía huevos, movía cosas de un lado al otro. Tenía un caballo blanco muy grande y una carreta de ruedas fuertes. No hablaba. No decía nada. Si lo besabas en la frente se ponía a llorar. Se llamaba José. José, carrero.
Había tenido dos hijos que no crió. No podía, estaba navegando. Cocinaba y marinaba. Cocinaba y jugaba al truco. Al ludo. A la dama. Al chancho. A la escoba. A los 65 años vivía con una pendeja. Su hija en teoría. Pero no llevaba su apellido. Cuando se retiró del mar se fue a vivir a un pueblo seco con un río pequeño y lejano. Un pueblo caluroso. Perdido en el centro de un país costero. Aunque pasó sus últimos días en los cerros de Valparaíso. Con sus últimas fuerzas se mudó a su ciudad. Para visitar sus bares. Sus puticlubs. Sus colores. Murió mirando el puerto por la ventana. Pobre. Solo. Pero cerca del sol.
Como siempre no se había despedido bien de su hijo. Lo llamó por teléfono al aeropuerto mientras el chico estaba por subir al avión. Lo llevaron a una oficina. Le pasaron el auricular y ahí estaba su padre. Te quiero mucho hijo, le dijo él. Sólo llamaba para eso. El avión despegó y no se vieron por tres años.

domingo, 1 de junio de 2014

Juvenal Currulef: "Tengo cara de camionero pero me voy a dar la misa"

Tiempo atrás la Tana Bartoliche y yo visitamos a Juvenal Currulef. Conversamos durante un largo rato los tres. Escribí una entrevista que nunca se publicó. No puedo afirmar que sea la última pero si es probable que sea una de ellas. Es el retrato de un hombre consagrado, brutalmente honesto, compasivo y alegre. Este es un humilde homenaje a su figura. 

Por Claudio Andrade


Su rostro lleno y socarrón no delata el camino sacerdotal. O tal vez si. Porque Juvenal Currulef, párroco en el barrio Virgen Misionera de Bariloche, en un área semi rural a 7 kilómetros del centro de la ciudad, se define como un “rebelde”. No ha llevado la típica vida de un religioso católico si por típico se entiende vivir en compañía exclusiva de otros sacerdotes, alejado del concepto tradicional de familia y hasta cierto punto al margen de las polémicas que rodean a la Iglesia. Currulef, de hecho, vive en familia acompañado por 35 niños de baja condición económica, apartados por distintos motivos de sus padres naturales, y de Graciela, quien bajo la figura de una colaboradora lleva compartidos 40 años junto a él. Currulef se explica: “los chicos son mis hijos porque lo son de verdad”, y cuando se le pregunta acerca de si, saltándose la estricta normativa católica, esta valiente mujer es su esposa, responde: “¿Esposa? Eso es lo que dicen, que es mi esposa, pero Graciela es una compañera que trabaja conmigo desde hace años, es una señora de una excelente situación económica que dejó todo para ayudar a los más necesitados”.
Juvenal Currulef nació un 25 de agosto de 1935 en una humilde casa ubicada en el exacto lugar donde hoy se levanta la Catedral de San Carlos de Bariloche. “Te sacamos de entre las piedras de la Catedral, me decía mi madre”, cuenta. “Estoy signado del mismo modo en que todos estamos signados por una misión”, reflexiona.
En sus más de 50 años de trabajo Currulef ha realizado una incansable labor al servicio de los pobres en esta ciudad cordillerana impulsando, entre los niños, la educación, el deporte y la cultura. Pero antes que nada ha sido un padre cariñoso con cientos de chicos que generación tras generación lo llaman “Tata”. “Es cierto, vivo en familia. Tengo 35 hijos y los mismos problemas que cualquier papá. ¿Ven esa nena de ahí? Ayer tenía fiebre y hubo que salir volando para el hospital, hago lo que cualquier padre”. Técnicamente Currulef vive en una casa que está a pocos metros de esta, la de Graciela, donde da la entrevista para la cual interrumpió su almuerzo acompañado con un vaso de tinto. Sus hijos – a los que en ninguna instancia llamará “huérfanos”, “abandonados”- duermen en las habitaciones repartidas en esta suerte de complejo parroquial. Mientras el sacerdote habla, los pibes entran y salen, llegan de la escuela, del “fulbito”, de andar por el barrio. “Hola, Tata”, saludan y desaparecen tímidos.
En febrero de 1950, con 17 años, Currulef entró al Seminario de Viedma y se enfermó. Una fuerte gripe lo dejó de cama por varios días. Como un signo de su propio destino, don Artémides Zatti, llamado el “enfermero de los pobres” cuidó de él. Artémides Zatti, el beato.
“A veces hago dedo en la ruta y cuando alguien me levanta, nos ponemos hablar, hasta que el tipo me pregunta ¿y usted a qué se dedica? Yo le digo: a ver, adivine. Y me dicen de todo: borracho, peón, almacenero, me dicen que tengo pinta de camionero, ahí nos más les cuento que en un rato tengo que dar la misa ¡y no lo pueden creer!”, relata.
Currulef dice estar de acuerdo con la castidad cuando esta se fundamenta en una decisión íntima y personal. “Pero debería ser una elección. Además si vos sos cura de la iglesia católica en Oriente podés estar casado. ¿entonces?”, señala. Pero a este sacerdote del pueblo las palabras matrimonio y castidad no le quitan el sueño. “¿Qué es estar casado? Es mucho más que el sexo, es compartir. ¡Yo veo a algunas parejas casadas y prefiero ser célibe! Vienen parejitas y me dicen que se quieren casar, yo me doy cuenta que no están preparadas. Chicos ustedes lo que tienen es una calentura del ombligo para abajo, ¡déjense de joder!”, cuenta que les advierte.
“Lo que sucede es que la Iglesia tapa de las cosas hasta que revientan. Le gusta que todo permanezca igual. Después aparecen los pedófilos y los hijos de puta. La iglesia no los apaña pero tampoco los castiga, los mueve de lugar”, dice este hombre polémico y de palabras sencillas aunque justas. Currulef se define como un admirador de Jesús, aquel de Nazareth. El que daba el ejemplo a través de la humildad, la pobreza, ¿la castidad?.
-Usted no tiene cara de casto, padre.
“No, no tengo cara (risas)”, responde Currulef y la deja picando. Pero en este mundo de niños abandonados a su suerte, como él mismo lo fue al morir sus padres siendo un chico, necesitados de comida, alimento y afecto, nadie debería golpearse el pecho por los dichos del cura Currulef, padre de 35 chicos solitarios. “Tengo 78 años, ¿qué me puede pasar ya?”, dice.
“Yo mismo me extraño de cómo me metí en esta Iglesia blanca, yo que no pude ser salesiano porque mis padres no se habían casado y cómo ya estaban muertos tampoco se podían casar. Pero los salesianos me recibieron, me educaron, pasé los mejores años de mi vida siendo un chico con ellos”, recuerda. Sin embargo, el mundo ha cambiado mucho desde entonces, la convocatoria de la Iglesia está en crisis y el sacerdote lo sabe.
“La iglesia católica está muy lejos de la gente, a la Catedral las personas van en sus autos caros, y entre los pobres hay muchos más evangélicos que católicos, fijate los templos que hay en los barrios. Yo invito a los pastores a mi iglesia y no entienden nada porque la iglesia católica los rechaza”, cuenta.
La casa de su compañera es un refugio cálido, hecho de madera y aroma a comida casera. Juvenal Currulef tiene una agenda por cumplir y los temas de la conversación, indica, son complejos y largos. “Listo muchachos, gracias por todo, me tengo que ir a dar la misa”, se disculpa y se marcha. Como haría cualquier otro hombre ocupado con una familia larga.



"Mis 50 años de cura"

Por Juvenal Currulef

“Con motivo de mis 50 años de sacerdocio, me pidieron una reflexión. Son tantos los hechos, las mujeres, varones que me mostraron el camino de Nazaret, que es imposible nombrarlos a todos. Solo les doy gracias por indicarme, dónde vivía Jesús, descubriendo en ese andar la Casa del Nazareno.
Me limitaré a algunos hechos, personas, varones y mujeres que me decían, seguí caminando o corregí el sendero o tomá un atajo.
Febrero de 1950. 17 años, entré al Seminario de Viedma. Me agarró una gripe tremenda. ¿Quién se sentaba al pie de mi cama y me atendía? Don Artémides Zatti, el enfermero de los pobres, que montado en su bicicleta, llevaba el alivio y consuelo a tantas familias de Viedma. Un tipazo. Como buen santo de verdad. Normal. Los domingos jugaba su partido de bochas en el Círculo Católico de Obreros (que creo que aún existe), mientras tomaba su grapita. Hoy veneramos en los altares al Beato Artémides Zatti. Me abrió la tranquera para iniciar el largo camino de Nazaret.
Año 1958. Siendo estudiante de teología en el seminario de Villa Devoto en Buenos Aires, una tarde apareció en el patio un francés, pobremente vestido. Con un bolsito en el cual llevaba una muda de ropa, un cepillo de dientes y la Biblia. Era un religioso llamado Mauricio, hermanito del Evangelio de Foucauld, quien había hecho su opción decidida por los pobres. Lo invitamos a cenar y a dormir y nos contestó: yo duermo bajo los puentes y hoy estamos de fiesta, porque otros linyeras, compañeros míos, cazaron un pato y lo hacen al barro. No puedo faltar. Y lleno de alegría siguió su marcha. El hermano Mauricio me señaló el camino de Jesús de Nazaret.
Diciembre 1961. Me fui un mes de retiro espiritual para mi última preparación al sacerdocio, que iba a ocurrir el 14 de enero de 1962. Quien me guiaba era otro hermano del Evangelio, Arturo Paoli
(aún vive en Italia), un intelectual de primera línea, que vivía enterrado en el Fortín Olmos, Santa Fe, en medio de los quebrachales que no se animó a cortar la Forestal. Don Arturo, con más fuerza, me fue mostrando el camino emprendido hacia la posada de Jesús.
En Cinco Saltos, años 1967-68-69, mi primera parroquia. Durante tres años venía a la Iglesia una señora y se quedaba horas, rezando solita, sin pedir nada ni molestar a nadie. Era una mendiga, mal entrazada pero limpia, con su clásica bolsita de arpillera. Jamás me acerqué a ella, ni le pregunté el nombre, ni dónde vivía. ¿Cómo el señorito cura Párroco y Rector de un gran colegio, iba a rebajarse a charlar con esa anciana? Todavía me golpeo el pecho por ese pecado de omisión. Había errado el camino de Nazaret.
Ingeniero Huergo, Río Negro: 1970-1980, mi segunda Parroquia. Epoca durísima, por todo lo que ocurrió con la brutal represión en la Argentina. Ví desaparecer alumnos, amigos de Huergo, llorando en silencio, sin poder hacer nada, pero siempre acompañando al pueblo, porque yo también estaba en la lista de los que tenían que desaparecer. Me tuve que bajar de mi caballito intelectual y hacerme peón de albañil, y recolector de uva en la vendimia, para poder comer, porque los conservadores y dueños de la parroquia, me habían hecho el vacío. ¡Cuánto agradezco hoy!, porque gracias a esos señores, conocí a los que seguramente eran habitantes de Nazaret, en el pueblo donde vivía. Conocí el Huergo del peón rural extendido en todo el valle del Río Negro. ¡Qué maravilla de gente! Gracias Huergo, porque me hiciste hombre, y me obligaste a descubrir la riqueza e inteligencia de las manos, como el carpintero de Nazaret. El Jardín de infantes, la Primaria y Secundaria para los hijos de los peones, pensando en una educación para todos. El secundario me lo cerró la dictadura, porque era muy peligroso que los hijos de los peones rurales pensaran.
Bariloche 1980. Cinco años Párroco en Virgen de las Nieves, pero cuya sede estaba en San Ignacio. Recién empezaban a llegar a Río Negro los efectos del Concilio Vaticano II, Hesayne, con esa audacia pastoral que lo caracterizaba, convocó a un concilio en la Diócesis. También en la Patagonia había que abrir ventanas para que entrar el aire fresco en la Iglesia, como diría Juan XXIII. Surge el Sínodo Pastoral Diocesano, donde hay un eje central: Desde los pobres a todos, desde Nazaret al mundo. Para mi vida, fue el impulso que necesitaba para seguir andando en el mundo del orillero y en camino de tierra.

Recalé, luego de dejar la Parroquia de las Nieves, en un barrio de la jurisdicción que Hesayne convirtió en Parroquia en 1983. Junto a otros, desplegamos el Sínodo a través de la educación para todos y gratuita, conformamos el equipo de Pastoral de Tierras. Desde los barrios populares, multiplicando escuelas, jardines, secundarios para el mundo obrero. Y creamos el Club Deportivo Arco Iris de Virgen Misionera, cuyo fútbol ha dado que hablar en Bariloche y la zona. Parece que ahí llegamos a la posada de Nazaret. ¡Cómo no voy a dar gracias a Gente Nueva! ¡Cómo no voy a dar gracias a Dios por toda la gente que se mueve en la Parroquia a favor de los más necesitados! Virgen Misionera es trabajo de paz y alegría, pero con la mirada puesta en la transformación del mundo, saltando el alambrado de las estructuras, que a veces te ahogan.”

El hombre más alto de la tierra o casi


Ya ha quedado establecido que Kristian Matsson, “The Tallest Man on Earth”, no es el tipo más alto del planeta. Pero ese no es el punto. Desde hace unos pocos años que Matsson viene presentándose en los escenarios de Europa y Estados Unidos con el elocuente título nobiliario de “El hombre más Alto de la Tierra” sin que nadie parezca darle demasiada importancia al hecho de que no, no lo es en realidad. Es una más de sus mentiras blancas que no le hace mella a su gran talento como cantautor. O mejor llamarla metáfora de su carrera. Es que este espléndido cantante folk de habla inglesa, profundas raíces americanas y presencia escénica ruda, en la práctica, es suizo, aprendió inglés en la escuela, no tiene mucho que ver con la cultura cowboy y su contacto con el sonido yanqui le viene de su pasión por Bob Dylan. La comparación con la leyenda de la música estadounidense no es accesoria y en lo estilístico tampoco innecesaria. Puesto que si Matsson es suizo y, por lo tanto, no salió de un repollo cultivado en algún lugar de Whichita, su génesis debe encontrarse en la onmipresente figura de su ídolo.
La voz de Matsson tiene alguna deuda con Dylan pero su verdadero cuerpo teórico en materia interpretativa es el sonido folk de influencia netamente country tamizada por el jazz, el blues y vaya uno a saber qué más. Pasto, caballo, ríos, montañas pero allá en Suiza. Esto se presta a interesantes equívocos tratándose del “hombre más alto de la tierra”. Matsson no es un hijo pródigo de Nashville. Tal vez un primo lejano, un pariente olvidado en las frías tierras del norte. Aunque todo apunta a que el chico es lo que los budistas calificarían como una reencarnación.
Sin otro acompañamiento que su guitarra Matsson se prende fuego. Se inmola. Amparado en acordes que van de lo muy simple a lo raramente complejo ofrece una poesía contemplativa, inteligente y para nada depre. Su historia es la de tantos pero contada con altura. La altura que dice tener, por cierto. Los originales de su primer disco “Shallow Grave” son una leyenda urbana. El CD circuló de mano en mano después que Matsson decidió grabar en su casa un puñado de canciones. Le bastó media hora para volarle la peluca a miles de oyentes que andaban detrás de algo distinto, un “alguien” con sello propio. Luego vino “The Wild Hunt”y la rompió. En este disco exquisitamente rudo, Matsson muestra de qué madera está hecho. Canciones dulces, cortas,  de mucho punch, compuestas de letras luminosas, entonadas con una voz de metal herido que desgarran. “El amor es todo, eso es lo que he oído, pero mi amor aprendió a matar, oh mi amor aprendió a matar”, canta “El hombre” en una de las mejores canciones del disco “The love is all”. “The Wild Hunt” fue el disco que lo hizo acceder a una audiencia internacional que hasta ese momento no sabía nada de él. Como recompensa a tanta testarudez, la de seguir por un camino que se mostraba poco amable con los charts, Matsson terminó girando con el ascendente grupo norteamericano Bon Iver y apadrinado por su líder Justin Vernon. Otro indie que ha cautivado a un selecto pero cada vez más numeroso público.
El último trabajo del joven nórdico de piel folk es “There's No Leaving Now”. Con esta obra conceptual entre sus manos Matsson ha ido viajando por el mundo para decir aquí estoy, soy más bajo de lo que afirmaba, soy suizo y me gusta Dylan. Y qué. Matsson es conocido por sus actuaciones cargadas de energía donde hay lugar VIP para la música. “Si quieren escuchar manténganse en silencio, si quieren escuchar, bueno, escuchen”, le dijo a un bullicioso grupo de españoles que hace unos meses asistieron a un show suyo en Barcelona. El protocolo indica que el artista debería deleitarse en griterío gruppie pero no es el caso.
“Suena crudo, como un trovador desaliñado. En “The Wild Hunt” se mueve furtivamente en un amplio espectro de influencias musicales que van desde la pre guerra, pasando por los años 60 y el blues de Robert Johnson hasta Skip James. Por primera vez añade una balada de piano destartalado a sus melodías toscamente rasguedas”, lo definió la revista “Rolling Stone” que ya lo ha elegido como el artista de la semana en alguna oportunidad.
“The New York Times” también dijo lo suyo. “Sr. Matsson, que no es particularmente alto, no pretende ser primitivo. Sus melodías son robustas como las baladas de montaña, y se acompaña a sí mismo con una puntuación intrincada y con acordes rasgados con la suficiente precisión como para que suene con los tintes que busca su autor. Sus canciones, escritas en fluido inglés, componen un torrente de imágenes y paradojas que encuentran su propia coherencia. "Necesito la guía de los perdidos", canta”, dijo el crítico Jon Pareles del  prestigioso diario haciendo alusión a una de sus presentaciones en la Gran Manzana.
El “hombre más alto del planeta” está por estos días grabando en su estudio ubicado en Dalarna, Suiza, su refugio cuando no gira. Su silencio es una adición. La señal luminosa que observamos en el horizonte.  Un día u otro bajará de las alturas para sorprendernos.