Sabemos que un
policial es bueno cuando su
argumento nos atraviesa como una de las
balas
que surcan su propia historia. La creación de una historia
policial no tiene porqué ser producto de una alianza compleja de
historias que convergen en un baño de sangre. No tiene porqué ser
extensa. Ni siquiera original. Pero cuando un autor decide romper con
el molde, rebelarse contra los estatutos, entonces el desafío se
vuelve una prueba de fuego para la literatura y para su creador.
“El
puñal” de Jorge Fernández Díaz (Planeta) tiene la virtud de
avanzar sobre territorio prohibido. El autor del best seller “Mamá”,
se adentra en el lado oscuro del corazón criminal. Busca melodías
en el lado B de los sonidos. Su novela es una composición coral,
justamente. Fernández Díaz proyecta en nuestras pupilas la mente de
sus personajes con la velocidad y la plasticidad de un dios. De
movida parece imposible que ciertos edificios literarios puedan ser
construidos. Imaginarse una historia donde básicamente todos son
malos pero a la vez hay al menos un héroe de rostro manchado pero
héroe al fin, cuesta. Cuesta bastante. La ambición, el poder, el
dinero y las herramientas y productos de la ambición -como la droga
y las armas, por supuesto- son la cena que Fernández Díaz se atreve
a servirnos con una sonrisa de viejo lobo. Y nos hace entender que la
locura que circula por la huella digitl de sus dedos es real. Está
ocurriendo enfrente de nuestras narices. Que los héroes caídos y
los ángeles malditos habitan el mismo cielo y se consumen sobre un
fuego que no deja de arder jamás. Incluso cuando los telones caen y
las luces se apagan. Leyendo “el puñal” vi una película. Me
asomé a un mundo que intuía. Me dejé llevar por la erudición ruda
pero vital de su autor. Estaba ciego o tuerto y ahora que veo, pues,
que impresión.