Tiempo atrás la Tana Bartoliche y yo visitamos a Juvenal Currulef. Conversamos durante un largo rato los tres. Escribí una entrevista que nunca se publicó. No puedo afirmar que sea la última pero si es probable que sea una de ellas. Es el retrato de un hombre consagrado, brutalmente honesto, compasivo y alegre. Este es un humilde homenaje a su figura.
Por Claudio Andrade
Su rostro lleno y socarrón no delata
el camino sacerdotal. O tal vez si. Porque Juvenal Currulef, párroco
en el barrio Virgen Misionera de Bariloche, en un área semi rural a
7 kilómetros del centro de la ciudad, se define como un “rebelde”.
No ha llevado la típica vida de un religioso católico si por típico
se entiende vivir en compañía exclusiva de otros sacerdotes,
alejado del concepto tradicional de familia y hasta cierto punto al
margen de las polémicas que rodean a la Iglesia. Currulef, de hecho,
vive en familia acompañado por 35 niños de baja condición
económica, apartados por distintos motivos de sus padres naturales,
y de Graciela, quien bajo la figura de una colaboradora lleva
compartidos 40 años junto a él. Currulef se explica: “los chicos
son mis hijos porque lo son de verdad”, y cuando se le pregunta
acerca de si, saltándose la estricta normativa católica, esta
valiente mujer es su esposa, responde: “¿Esposa? Eso es lo que
dicen, que es mi esposa, pero Graciela es una compañera que trabaja
conmigo desde hace años, es una señora de una excelente situación
económica que dejó todo para ayudar a los más necesitados”.
Juvenal Currulef nació un 25 de agosto
de 1935 en una humilde casa ubicada en el exacto lugar donde hoy se
levanta la Catedral de San Carlos de Bariloche. “Te sacamos de
entre las piedras de la Catedral, me decía mi madre”, cuenta.
“Estoy signado del mismo modo en que todos estamos signados por una
misión”, reflexiona.
En sus más de 50 años de trabajo
Currulef ha realizado una incansable labor al servicio de los pobres
en esta ciudad cordillerana impulsando, entre los niños, la
educación, el deporte y la cultura. Pero antes que nada ha sido un
padre cariñoso con cientos de chicos que generación tras generación
lo llaman “Tata”. “Es cierto, vivo en familia. Tengo 35 hijos y
los mismos problemas que cualquier papá. ¿Ven esa nena de ahí?
Ayer tenía fiebre y hubo que salir volando para el hospital, hago lo
que cualquier padre”. Técnicamente Currulef vive en una casa que
está a pocos metros de esta, la de Graciela, donde da la entrevista
para la cual interrumpió su almuerzo acompañado con un vaso de
tinto. Sus hijos – a los que en ninguna instancia llamará
“huérfanos”, “abandonados”- duermen en las habitaciones
repartidas en esta suerte de complejo parroquial. Mientras el
sacerdote habla, los pibes entran y salen, llegan de la escuela, del
“fulbito”, de andar por el barrio. “Hola, Tata”, saludan y
desaparecen tímidos.
En febrero de 1950, con 17 años,
Currulef entró al Seminario de Viedma y se enfermó. Una fuerte
gripe lo dejó de cama por varios días. Como un signo de su propio
destino, don Artémides Zatti, llamado el “enfermero de los pobres”
cuidó de él. Artémides Zatti, el beato.
“A veces hago dedo en la ruta y
cuando alguien me levanta, nos ponemos hablar, hasta que el tipo me
pregunta ¿y usted a qué se dedica? Yo le digo: a ver, adivine. Y me
dicen de todo: borracho, peón, almacenero, me dicen que tengo pinta
de camionero, ahí nos más les cuento que en un rato tengo que dar
la misa ¡y no lo pueden creer!”, relata.
Currulef dice estar de acuerdo con la
castidad cuando esta se fundamenta en una decisión íntima y
personal. “Pero debería ser una elección. Además si vos sos cura
de la iglesia católica en Oriente podés estar casado. ¿entonces?”,
señala. Pero a este sacerdote del pueblo las palabras matrimonio y
castidad no le quitan el sueño. “¿Qué es estar casado? Es mucho
más que el sexo, es compartir. ¡Yo veo a algunas parejas casadas y
prefiero ser célibe! Vienen parejitas y me dicen que se quieren
casar, yo me doy cuenta que no están preparadas. Chicos ustedes lo
que tienen es una calentura del ombligo para abajo, ¡déjense de
joder!”, cuenta que les advierte.
“Lo que sucede es que la Iglesia tapa
de las cosas hasta que revientan. Le gusta que todo permanezca igual.
Después aparecen los pedófilos y los hijos de puta. La iglesia no
los apaña pero tampoco los castiga, los mueve de lugar”, dice este
hombre polémico y de palabras sencillas aunque justas. Currulef se
define como un admirador de Jesús, aquel de Nazareth. El que daba el
ejemplo a través de la humildad, la pobreza, ¿la castidad?.
-Usted no tiene cara de casto, padre.
“No, no tengo cara (risas)”,
responde Currulef y la deja picando. Pero en este mundo de niños
abandonados a su suerte, como él mismo lo fue al morir sus padres
siendo un chico, necesitados de comida, alimento y afecto, nadie
debería golpearse el pecho por los dichos del cura Currulef, padre
de 35 chicos solitarios. “Tengo 78 años, ¿qué me puede pasar
ya?”, dice.
“Yo mismo me extraño de cómo me
metí en esta Iglesia blanca, yo que no pude ser salesiano porque mis
padres no se habían casado y cómo ya estaban muertos tampoco se
podían casar. Pero los salesianos me recibieron, me educaron, pasé
los mejores años de mi vida siendo un chico con ellos”, recuerda.
Sin embargo, el mundo ha cambiado mucho desde entonces, la
convocatoria de la Iglesia está en crisis y el sacerdote lo sabe.
“La iglesia católica está muy lejos
de la gente, a la Catedral las personas van en sus autos caros, y
entre los pobres hay muchos más evangélicos que católicos, fijate
los templos que hay en los barrios. Yo invito a los pastores a mi
iglesia y no entienden nada porque la iglesia católica los rechaza”,
cuenta.
La casa de su compañera es un refugio
cálido, hecho de madera y aroma a comida casera. Juvenal Currulef
tiene una agenda por cumplir y los temas de la conversación, indica,
son complejos y largos. “Listo muchachos, gracias por todo, me
tengo que ir a dar la misa”, se disculpa y se marcha. Como haría
cualquier otro hombre ocupado con una familia larga.
"Mis 50 años de cura"
Por Juvenal Currulef
“Con motivo de mis 50 años de
sacerdocio, me pidieron una reflexión. Son tantos los hechos, las
mujeres, varones que me mostraron el camino de Nazaret, que es
imposible nombrarlos a todos. Solo les doy gracias por indicarme,
dónde vivía Jesús, descubriendo en ese andar la Casa del Nazareno.
Me limitaré a algunos hechos,
personas, varones y mujeres que me decían, seguí caminando o
corregí el sendero o tomá un atajo.
Febrero de 1950. 17 años, entré al
Seminario de Viedma. Me agarró una gripe tremenda. ¿Quién se
sentaba al pie de mi cama y me atendía? Don Artémides Zatti, el
enfermero de los pobres, que montado en su bicicleta, llevaba el
alivio y consuelo a tantas familias de Viedma. Un tipazo. Como buen
santo de verdad. Normal. Los domingos jugaba su partido de bochas en
el Círculo Católico de Obreros (que creo que aún existe), mientras
tomaba su grapita. Hoy veneramos en los altares al Beato Artémides
Zatti. Me abrió la tranquera para iniciar el largo camino de
Nazaret.
Año 1958. Siendo estudiante de
teología en el seminario de Villa Devoto en Buenos Aires, una tarde
apareció en el patio un francés, pobremente vestido. Con un bolsito
en el cual llevaba una muda de ropa, un cepillo de dientes y la
Biblia. Era un religioso llamado Mauricio, hermanito del Evangelio de
Foucauld, quien había hecho su opción decidida por los pobres. Lo
invitamos a cenar y a dormir y nos contestó: yo duermo bajo los
puentes y hoy estamos de fiesta, porque otros linyeras, compañeros
míos, cazaron un pato y lo hacen al barro. No puedo faltar. Y lleno
de alegría siguió su marcha. El hermano Mauricio me señaló el
camino de Jesús de Nazaret.
Diciembre 1961. Me fui un mes de retiro
espiritual para mi última preparación al sacerdocio, que iba a
ocurrir el 14 de enero de 1962. Quien me guiaba era otro hermano del
Evangelio, Arturo Paoli
(aún vive en Italia), un intelectual
de primera línea, que vivía enterrado en el Fortín Olmos, Santa
Fe, en medio de los quebrachales que no se animó a cortar la
Forestal. Don Arturo, con más fuerza, me fue mostrando el camino
emprendido hacia la posada de Jesús.
En Cinco Saltos, años 1967-68-69, mi
primera parroquia. Durante tres años venía a la Iglesia una señora
y se quedaba horas, rezando solita, sin pedir nada ni molestar a
nadie. Era una mendiga, mal entrazada pero limpia, con su clásica
bolsita de arpillera. Jamás me acerqué a ella, ni le pregunté el
nombre, ni dónde vivía. ¿Cómo el señorito cura Párroco y Rector
de un gran colegio, iba a rebajarse a charlar con esa anciana?
Todavía me golpeo el pecho por ese pecado de omisión. Había errado
el camino de Nazaret.
Ingeniero Huergo, Río Negro:
1970-1980, mi segunda Parroquia. Epoca durísima, por todo lo que
ocurrió con la brutal represión en la Argentina. Ví desaparecer
alumnos, amigos de Huergo, llorando en silencio, sin poder hacer
nada, pero siempre acompañando al pueblo, porque yo también estaba
en la lista de los que tenían que desaparecer. Me tuve que bajar de
mi caballito intelectual y hacerme peón de albañil, y recolector de
uva en la vendimia, para poder comer, porque los conservadores y
dueños de la parroquia, me habían hecho el vacío. ¡Cuánto
agradezco hoy!, porque gracias a esos señores, conocí a los que
seguramente eran habitantes de Nazaret, en el pueblo donde vivía.
Conocí el Huergo del peón rural extendido en todo el valle del Río
Negro. ¡Qué maravilla de gente! Gracias Huergo, porque me hiciste
hombre, y me obligaste a descubrir la riqueza e inteligencia de las
manos, como el carpintero de Nazaret. El Jardín de infantes, la
Primaria y Secundaria para los hijos de los peones, pensando en una
educación para todos. El secundario me lo cerró la dictadura,
porque era muy peligroso que los hijos de los peones rurales
pensaran.
Bariloche 1980. Cinco años Párroco en
Virgen de las Nieves, pero cuya sede estaba en San Ignacio. Recién
empezaban a llegar a Río Negro los efectos del Concilio Vaticano II,
Hesayne, con esa audacia pastoral que lo caracterizaba, convocó a un
concilio en la Diócesis. También en la Patagonia había que abrir
ventanas para que entrar el aire fresco en la Iglesia, como diría
Juan XXIII. Surge el Sínodo Pastoral Diocesano, donde hay un eje
central: Desde los pobres a todos, desde Nazaret al mundo. Para mi
vida, fue el impulso que necesitaba para seguir andando en el mundo
del orillero y en camino de tierra.
Recalé, luego de dejar la Parroquia de
las Nieves, en un barrio de la jurisdicción que Hesayne convirtió
en Parroquia en 1983. Junto a otros, desplegamos el Sínodo a través
de la educación para todos y gratuita, conformamos el equipo de
Pastoral de Tierras. Desde los barrios populares, multiplicando
escuelas, jardines, secundarios para el mundo obrero. Y creamos el
Club Deportivo Arco Iris de Virgen Misionera, cuyo fútbol ha dado
que hablar en Bariloche y la zona. Parece que ahí llegamos a la
posada de Nazaret. ¡Cómo no voy a dar gracias a Gente Nueva! ¡Cómo
no voy a dar gracias a Dios por toda la gente que se mueve en la
Parroquia a favor de los más necesitados! Virgen Misionera es
trabajo de paz y alegría, pero con la mirada puesta en la
transformación del mundo, saltando el alambrado de las estructuras,
que a veces te ahogan.”
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