domingo, 1 de junio de 2014

Juvenal Currulef: "Tengo cara de camionero pero me voy a dar la misa"

Tiempo atrás la Tana Bartoliche y yo visitamos a Juvenal Currulef. Conversamos durante un largo rato los tres. Escribí una entrevista que nunca se publicó. No puedo afirmar que sea la última pero si es probable que sea una de ellas. Es el retrato de un hombre consagrado, brutalmente honesto, compasivo y alegre. Este es un humilde homenaje a su figura. 

Por Claudio Andrade


Su rostro lleno y socarrón no delata el camino sacerdotal. O tal vez si. Porque Juvenal Currulef, párroco en el barrio Virgen Misionera de Bariloche, en un área semi rural a 7 kilómetros del centro de la ciudad, se define como un “rebelde”. No ha llevado la típica vida de un religioso católico si por típico se entiende vivir en compañía exclusiva de otros sacerdotes, alejado del concepto tradicional de familia y hasta cierto punto al margen de las polémicas que rodean a la Iglesia. Currulef, de hecho, vive en familia acompañado por 35 niños de baja condición económica, apartados por distintos motivos de sus padres naturales, y de Graciela, quien bajo la figura de una colaboradora lleva compartidos 40 años junto a él. Currulef se explica: “los chicos son mis hijos porque lo son de verdad”, y cuando se le pregunta acerca de si, saltándose la estricta normativa católica, esta valiente mujer es su esposa, responde: “¿Esposa? Eso es lo que dicen, que es mi esposa, pero Graciela es una compañera que trabaja conmigo desde hace años, es una señora de una excelente situación económica que dejó todo para ayudar a los más necesitados”.
Juvenal Currulef nació un 25 de agosto de 1935 en una humilde casa ubicada en el exacto lugar donde hoy se levanta la Catedral de San Carlos de Bariloche. “Te sacamos de entre las piedras de la Catedral, me decía mi madre”, cuenta. “Estoy signado del mismo modo en que todos estamos signados por una misión”, reflexiona.
En sus más de 50 años de trabajo Currulef ha realizado una incansable labor al servicio de los pobres en esta ciudad cordillerana impulsando, entre los niños, la educación, el deporte y la cultura. Pero antes que nada ha sido un padre cariñoso con cientos de chicos que generación tras generación lo llaman “Tata”. “Es cierto, vivo en familia. Tengo 35 hijos y los mismos problemas que cualquier papá. ¿Ven esa nena de ahí? Ayer tenía fiebre y hubo que salir volando para el hospital, hago lo que cualquier padre”. Técnicamente Currulef vive en una casa que está a pocos metros de esta, la de Graciela, donde da la entrevista para la cual interrumpió su almuerzo acompañado con un vaso de tinto. Sus hijos – a los que en ninguna instancia llamará “huérfanos”, “abandonados”- duermen en las habitaciones repartidas en esta suerte de complejo parroquial. Mientras el sacerdote habla, los pibes entran y salen, llegan de la escuela, del “fulbito”, de andar por el barrio. “Hola, Tata”, saludan y desaparecen tímidos.
En febrero de 1950, con 17 años, Currulef entró al Seminario de Viedma y se enfermó. Una fuerte gripe lo dejó de cama por varios días. Como un signo de su propio destino, don Artémides Zatti, llamado el “enfermero de los pobres” cuidó de él. Artémides Zatti, el beato.
“A veces hago dedo en la ruta y cuando alguien me levanta, nos ponemos hablar, hasta que el tipo me pregunta ¿y usted a qué se dedica? Yo le digo: a ver, adivine. Y me dicen de todo: borracho, peón, almacenero, me dicen que tengo pinta de camionero, ahí nos más les cuento que en un rato tengo que dar la misa ¡y no lo pueden creer!”, relata.
Currulef dice estar de acuerdo con la castidad cuando esta se fundamenta en una decisión íntima y personal. “Pero debería ser una elección. Además si vos sos cura de la iglesia católica en Oriente podés estar casado. ¿entonces?”, señala. Pero a este sacerdote del pueblo las palabras matrimonio y castidad no le quitan el sueño. “¿Qué es estar casado? Es mucho más que el sexo, es compartir. ¡Yo veo a algunas parejas casadas y prefiero ser célibe! Vienen parejitas y me dicen que se quieren casar, yo me doy cuenta que no están preparadas. Chicos ustedes lo que tienen es una calentura del ombligo para abajo, ¡déjense de joder!”, cuenta que les advierte.
“Lo que sucede es que la Iglesia tapa de las cosas hasta que revientan. Le gusta que todo permanezca igual. Después aparecen los pedófilos y los hijos de puta. La iglesia no los apaña pero tampoco los castiga, los mueve de lugar”, dice este hombre polémico y de palabras sencillas aunque justas. Currulef se define como un admirador de Jesús, aquel de Nazareth. El que daba el ejemplo a través de la humildad, la pobreza, ¿la castidad?.
-Usted no tiene cara de casto, padre.
“No, no tengo cara (risas)”, responde Currulef y la deja picando. Pero en este mundo de niños abandonados a su suerte, como él mismo lo fue al morir sus padres siendo un chico, necesitados de comida, alimento y afecto, nadie debería golpearse el pecho por los dichos del cura Currulef, padre de 35 chicos solitarios. “Tengo 78 años, ¿qué me puede pasar ya?”, dice.
“Yo mismo me extraño de cómo me metí en esta Iglesia blanca, yo que no pude ser salesiano porque mis padres no se habían casado y cómo ya estaban muertos tampoco se podían casar. Pero los salesianos me recibieron, me educaron, pasé los mejores años de mi vida siendo un chico con ellos”, recuerda. Sin embargo, el mundo ha cambiado mucho desde entonces, la convocatoria de la Iglesia está en crisis y el sacerdote lo sabe.
“La iglesia católica está muy lejos de la gente, a la Catedral las personas van en sus autos caros, y entre los pobres hay muchos más evangélicos que católicos, fijate los templos que hay en los barrios. Yo invito a los pastores a mi iglesia y no entienden nada porque la iglesia católica los rechaza”, cuenta.
La casa de su compañera es un refugio cálido, hecho de madera y aroma a comida casera. Juvenal Currulef tiene una agenda por cumplir y los temas de la conversación, indica, son complejos y largos. “Listo muchachos, gracias por todo, me tengo que ir a dar la misa”, se disculpa y se marcha. Como haría cualquier otro hombre ocupado con una familia larga.



"Mis 50 años de cura"

Por Juvenal Currulef

“Con motivo de mis 50 años de sacerdocio, me pidieron una reflexión. Son tantos los hechos, las mujeres, varones que me mostraron el camino de Nazaret, que es imposible nombrarlos a todos. Solo les doy gracias por indicarme, dónde vivía Jesús, descubriendo en ese andar la Casa del Nazareno.
Me limitaré a algunos hechos, personas, varones y mujeres que me decían, seguí caminando o corregí el sendero o tomá un atajo.
Febrero de 1950. 17 años, entré al Seminario de Viedma. Me agarró una gripe tremenda. ¿Quién se sentaba al pie de mi cama y me atendía? Don Artémides Zatti, el enfermero de los pobres, que montado en su bicicleta, llevaba el alivio y consuelo a tantas familias de Viedma. Un tipazo. Como buen santo de verdad. Normal. Los domingos jugaba su partido de bochas en el Círculo Católico de Obreros (que creo que aún existe), mientras tomaba su grapita. Hoy veneramos en los altares al Beato Artémides Zatti. Me abrió la tranquera para iniciar el largo camino de Nazaret.
Año 1958. Siendo estudiante de teología en el seminario de Villa Devoto en Buenos Aires, una tarde apareció en el patio un francés, pobremente vestido. Con un bolsito en el cual llevaba una muda de ropa, un cepillo de dientes y la Biblia. Era un religioso llamado Mauricio, hermanito del Evangelio de Foucauld, quien había hecho su opción decidida por los pobres. Lo invitamos a cenar y a dormir y nos contestó: yo duermo bajo los puentes y hoy estamos de fiesta, porque otros linyeras, compañeros míos, cazaron un pato y lo hacen al barro. No puedo faltar. Y lleno de alegría siguió su marcha. El hermano Mauricio me señaló el camino de Jesús de Nazaret.
Diciembre 1961. Me fui un mes de retiro espiritual para mi última preparación al sacerdocio, que iba a ocurrir el 14 de enero de 1962. Quien me guiaba era otro hermano del Evangelio, Arturo Paoli
(aún vive en Italia), un intelectual de primera línea, que vivía enterrado en el Fortín Olmos, Santa Fe, en medio de los quebrachales que no se animó a cortar la Forestal. Don Arturo, con más fuerza, me fue mostrando el camino emprendido hacia la posada de Jesús.
En Cinco Saltos, años 1967-68-69, mi primera parroquia. Durante tres años venía a la Iglesia una señora y se quedaba horas, rezando solita, sin pedir nada ni molestar a nadie. Era una mendiga, mal entrazada pero limpia, con su clásica bolsita de arpillera. Jamás me acerqué a ella, ni le pregunté el nombre, ni dónde vivía. ¿Cómo el señorito cura Párroco y Rector de un gran colegio, iba a rebajarse a charlar con esa anciana? Todavía me golpeo el pecho por ese pecado de omisión. Había errado el camino de Nazaret.
Ingeniero Huergo, Río Negro: 1970-1980, mi segunda Parroquia. Epoca durísima, por todo lo que ocurrió con la brutal represión en la Argentina. Ví desaparecer alumnos, amigos de Huergo, llorando en silencio, sin poder hacer nada, pero siempre acompañando al pueblo, porque yo también estaba en la lista de los que tenían que desaparecer. Me tuve que bajar de mi caballito intelectual y hacerme peón de albañil, y recolector de uva en la vendimia, para poder comer, porque los conservadores y dueños de la parroquia, me habían hecho el vacío. ¡Cuánto agradezco hoy!, porque gracias a esos señores, conocí a los que seguramente eran habitantes de Nazaret, en el pueblo donde vivía. Conocí el Huergo del peón rural extendido en todo el valle del Río Negro. ¡Qué maravilla de gente! Gracias Huergo, porque me hiciste hombre, y me obligaste a descubrir la riqueza e inteligencia de las manos, como el carpintero de Nazaret. El Jardín de infantes, la Primaria y Secundaria para los hijos de los peones, pensando en una educación para todos. El secundario me lo cerró la dictadura, porque era muy peligroso que los hijos de los peones rurales pensaran.
Bariloche 1980. Cinco años Párroco en Virgen de las Nieves, pero cuya sede estaba en San Ignacio. Recién empezaban a llegar a Río Negro los efectos del Concilio Vaticano II, Hesayne, con esa audacia pastoral que lo caracterizaba, convocó a un concilio en la Diócesis. También en la Patagonia había que abrir ventanas para que entrar el aire fresco en la Iglesia, como diría Juan XXIII. Surge el Sínodo Pastoral Diocesano, donde hay un eje central: Desde los pobres a todos, desde Nazaret al mundo. Para mi vida, fue el impulso que necesitaba para seguir andando en el mundo del orillero y en camino de tierra.

Recalé, luego de dejar la Parroquia de las Nieves, en un barrio de la jurisdicción que Hesayne convirtió en Parroquia en 1983. Junto a otros, desplegamos el Sínodo a través de la educación para todos y gratuita, conformamos el equipo de Pastoral de Tierras. Desde los barrios populares, multiplicando escuelas, jardines, secundarios para el mundo obrero. Y creamos el Club Deportivo Arco Iris de Virgen Misionera, cuyo fútbol ha dado que hablar en Bariloche y la zona. Parece que ahí llegamos a la posada de Nazaret. ¡Cómo no voy a dar gracias a Gente Nueva! ¡Cómo no voy a dar gracias a Dios por toda la gente que se mueve en la Parroquia a favor de los más necesitados! Virgen Misionera es trabajo de paz y alegría, pero con la mirada puesta en la transformación del mundo, saltando el alambrado de las estructuras, que a veces te ahogan.”

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