lunes, 16 de junio de 2014

Breves historias de padres

Los amigos le hacían chistes malos. “Van a volver con la panza llena de huesos, qué título ni qué título te van a traer”. Pero él, un hombre de campo, tan de campo como la gente que lo chicaneaba, mandó no más a sus dos hijas a estudiar para maestras. Era lo que había. O maestra o telefonista. Maestras. Volvieron con el título. No eran ningunas tontas las hijas de Antuco. Antuco que ha muerto hace unos años. El sur abraza sus huesos.
A su propio hijo Nino le retaceaba la plata pero a los hijos de otros los ayudaba con una responsabilidad ultramarina. Repetía su propia historia, sus tías pobres se habían apiadado de él cuando era un chico. De sus padres escasas noticias. Después se volvió avaro.
Le gustaba estar en el sillón, como un Oso, por eso le decían Papá Oso. Miraba tele. Daba consejos. Hacía chistes. Se emborrachaba con sus hijos y los amigos de sus hijos. Todo sin levantar el culo. Lo extrañamos. Viejo pillo.
Arriba de una carreta vendía huevos, movía cosas de un lado al otro. Tenía un caballo blanco muy grande y una carreta de ruedas fuertes. No hablaba. No decía nada. Si lo besabas en la frente se ponía a llorar. Se llamaba José. José, carrero.
Había tenido dos hijos que no crió. No podía, estaba navegando. Cocinaba y marinaba. Cocinaba y jugaba al truco. Al ludo. A la dama. Al chancho. A la escoba. A los 65 años vivía con una pendeja. Su hija en teoría. Pero no llevaba su apellido. Cuando se retiró del mar se fue a vivir a un pueblo seco con un río pequeño y lejano. Un pueblo caluroso. Perdido en el centro de un país costero. Aunque pasó sus últimos días en los cerros de Valparaíso. Con sus últimas fuerzas se mudó a su ciudad. Para visitar sus bares. Sus puticlubs. Sus colores. Murió mirando el puerto por la ventana. Pobre. Solo. Pero cerca del sol.
Como siempre no se había despedido bien de su hijo. Lo llamó por teléfono al aeropuerto mientras el chico estaba por subir al avión. Lo llevaron a una oficina. Le pasaron el auricular y ahí estaba su padre. Te quiero mucho hijo, le dijo él. Sólo llamaba para eso. El avión despegó y no se vieron por tres años.

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