viernes, 8 de abril de 2016

Comercio sexual en la Patagonia

Doña Vilma permanece sentada en un sillón de tres cuerpos que hace tiempo debió recibir el acta de defunción. Tiene manchas de comida. Orificios provocados por las cenizas de innumerables cigarrillos fumados con indolencia. Enfrente suyo una pantalla de 70’ transmite un partido de la liga española que nadie mira. Viste con cuidada mesura. No carga joyas. Por su rostro de 50 y tantos no han pasado cremas suizas. No parece que la señora, propietaria de cuatro prostíbulos en los que trabajan unas 35 mujeres de distintas nacionalidades en Puerto Natales (Chile), un pueblo pegado a la localidad argentina de Río Turbio (Santa Cruz), sea capaz de facturar un millón de dólares por año.

El vínculo entre los dos pueblos patagónicos es fundacional y se mantiene en pie en distintas formas. El comercio sexual es una de ellas. Todavía hoy la prostitución es una actividad que supera los controles fronterizos. Entonces eran los mineros quienes sostenían la actividad. Bajaban de la mina cargados de billetes y ganas aún espolvoreados de carbón. Apretaban el paso hasta la casa de la madama trasandina pasa saciar deseos acumulados a 700 metros bajo tierra. A 40 años de las mejores épocas de Río Turbio, las “chicas”, como Vilma las llama, siguen cruzando la frontera para buscarse la vida en sus locales. Desde la Argentina no sólo llegan “argentinas simpáticas” sino también colombianas, dominicanas, paraguayas, que se han transmitido unas a las otras el dato de que en el sur se paga más.

El comercio sexual que se expande entre las rutas de la Patagonia

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario