jueves, 15 de junio de 2017

El fin de lo que sé (sabía)

Tal y cómo van las cosas, más temprano que tarde voy a quedar desempleado de alguno de mis dos oficios. Los algoritmos o los egresados de alguna carrera inspirada en los laboratorios del MIT, terminarán por reemplazar mi cuestionable capacidad para escribir crónicas de cualquier cosa quese me solicite, desde cualquier punto del sur.
Hoy, por ejemplo, acabo de terminar un artículo sobre las paritarias de los petroleros (fueron al 20% y decían que iban por el 24%) y segundos después me encontraba persiguiendo al profesor que enseña matemáticas al ritmo de “Despacito”. Antes estuve con el lapsus de un intendente de Cambiemos. Todo en la misma mañana-mediodía-tarde. Según leo, mis esfuerzos no alcanzarán. Pronto voy a tener que venderempanadas de perejil en las afuera de un supermercado. He leído mucho y ese “leer” no tiene una aplicación práctica en el futuro cercano del universo laboral. Seré una APP o no seré. Borracho, me atrevo a cantar blues. Tampoco sirve.
La otra cosa que conozco bastante bien es cocinar. Aunque cada vez que me instalo a ver un programa, observo con cierta preocupación que tengo menos onda que un clavo. Los muchachos de la tele son puro estilo (rastas, yo soy pelado) y sus comidas vuelan sobre las cocinas como águilas drogadas. Mi abuelo fue cocinero en los barcos que surcaban de extremo a extremo el mar de Chile. Lo vi hacer malabarismos con los bifes y de él se me pegó el amor descontrolado por el ajo. De todos modos, empiezo a sentirme fuera de lugar también entre las ollas.
Poseer tiempo para escribir este epitafio, es una prueba de que o tengo tiempo de sobra o de que sobro. Prefiero no saberlo ya mismo.
Sospecho que a cada generación se la desarticula con anticipación. Te conviertes en un modelo pasado de moda justo cuando crees que has aprendido algo útil. Y lo que sabes, deja de encajar. La rosta de tu tuerca se vuelve otra. No apreta.
Estaba pensando en escribir una crítica a la distribución del contenido periodístico y me sale esto. Con este impulso nunca voy a llegar al New York Times. Los diarios, los nuevos diarios, son demasiado anchos, demasiado planos. Supongo que no les queda otra. Han sido superados por las circunstancias y por “no saber sabiendo” lo que quieren sus lectores. Que tampoco saben-sabiendo qué leer, ver, escuchar, mirar (¿para cuando tocar?. No sé si me explico.
Sin embargo, cuanto más ancho el campo más necesidad de cubrir los espacios. Circunscribir el vacío implica dinero. Qué problema.
Se dijo: la televisión va reemplazar al cine, pero es la web la que está sentenciando a la televisión. Los diarios on line no pudieron con la radio, ni los casetes piratas con los CD piratas, ni los CD piratas con la música bajada de internet. Todo eso fue superado por Spotify y Netflix.
Ahora que pago por leer el diario de cada día, me pregunto, ¿no será mejor crear un Spotify de diarios?. Un paquete. Resignar ingresos para alcanzar lectores de las pasadas-nuevas-antiguas-futuras generaciones. El pase mágico que te deja en todos los lugares y en ninguno. Bienvenidos al Aleph deBorges.
Los diarios, atomizados, no son diarios. Son calendarios. Son agendas. Son mapas de calles innombrables. Para sobrevivir y crecer, pienso, habrán de sumar puentes con otros diarios-no-diarios, con otros contenidos, con otras marcas, con otras texturas. De modo que un pasaje nos abra la puerta de otras puertas. Hasta el infinito y más allá.

Ya estoy delirando. Perdonen ustedes, es la vejez.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario