Tal y cómo van las cosas, más
temprano que tarde voy a quedar desempleado de alguno de mis dos
oficios. Los algoritmos o los egresados de alguna carrera inspirada
en los laboratorios del MIT, terminarán por reemplazar mi cuestionable capacidad para escribir crónicas de cualquier cosa quese me solicite, desde cualquier punto del sur.
Hoy, por ejemplo, acabo de terminar un
artículo sobre las paritarias de los petroleros (fueron al 20% y
decían que iban por el 24%) y segundos después me encontraba
persiguiendo al profesor que enseña matemáticas al ritmo de
“Despacito”. Antes estuve con el lapsus de un intendente de Cambiemos. Todo en la misma mañana-mediodía-tarde. Según
leo, mis esfuerzos no alcanzarán. Pronto voy a tener que venderempanadas de perejil en las afuera de un supermercado. He leído
mucho y ese “leer” no tiene una aplicación práctica en el
futuro cercano del universo laboral. Seré una APP o no seré.
Borracho, me atrevo a cantar blues. Tampoco sirve.
La otra cosa que conozco bastante bien
es cocinar. Aunque cada vez que me instalo a ver un programa, observo
con cierta preocupación que tengo menos onda que un clavo. Los
muchachos de la tele son puro estilo (rastas, yo soy pelado) y sus
comidas vuelan sobre las cocinas como águilas drogadas. Mi abuelo
fue cocinero en los barcos que surcaban de extremo a extremo el mar
de Chile. Lo vi hacer malabarismos con los bifes y de él se me pegó
el amor descontrolado por el ajo. De todos modos, empiezo a sentirme
fuera de lugar también entre las ollas.
Poseer tiempo para escribir este
epitafio, es una prueba de que o tengo tiempo de sobra o de que
sobro. Prefiero no saberlo ya mismo.
Sospecho que a cada generación se la
desarticula con anticipación. Te conviertes en un modelo pasado de
moda justo cuando crees que has aprendido algo útil. Y lo que sabes,
deja de encajar. La rosta de tu tuerca se vuelve otra. No apreta.
Estaba pensando en escribir una crítica
a la distribución del contenido periodístico y me sale esto. Con
este impulso nunca voy a llegar al New York Times. Los diarios, los
nuevos diarios, son demasiado anchos, demasiado planos. Supongo que
no les queda otra. Han sido superados por las circunstancias y por
“no saber sabiendo” lo que quieren sus lectores. Que tampoco
saben-sabiendo qué leer, ver, escuchar, mirar (¿para cuando tocar?.
No sé si me explico.
Sin embargo, cuanto más ancho el campo
más necesidad de cubrir los espacios. Circunscribir el vacío
implica dinero. Qué problema.
Se dijo: la televisión va reemplazar
al cine, pero es la web la que está sentenciando a la televisión.
Los diarios on line no pudieron con la radio, ni los casetes piratas
con los CD piratas, ni los CD piratas con la música bajada de
internet. Todo eso fue superado por Spotify y Netflix.
Ahora que pago por leer el diario de
cada día, me pregunto, ¿no será mejor crear un Spotify de
diarios?. Un paquete. Resignar ingresos para alcanzar lectores de las
pasadas-nuevas-antiguas-futuras generaciones. El pase mágico que te
deja en todos los lugares y en ninguno. Bienvenidos al Aleph deBorges.
Los diarios, atomizados, no son
diarios. Son calendarios. Son agendas. Son mapas de calles
innombrables. Para sobrevivir y crecer, pienso, habrán de sumar
puentes con otros diarios-no-diarios, con otros contenidos, con otras
marcas, con otras texturas. De modo que un pasaje nos abra la puerta
de otras puertas. Hasta el infinito y más allá.
Ya estoy delirando. Perdonen ustedes,
es la vejez.
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