sábado, 10 de junio de 2017

El hombre era un lonko filosófico. No tenía aspecto de filósofo pero de cualquier modo, cuál es la pinta de un filósofo. No llevaba barba. Ni una sábana atada al cuello. Era un gaucho metido en unos jeans viejos y unos zapatos torpedeados por los años.
Vivía en el paraíso. Su casa era sólida, de madera y base de concreto. Su interior amable y gastado como un cuero. Afuera, tendrían que ver el “afuera”, corría un río delicado y sabroso, más allá pastos verdes, frondosos bosques y un poco más alejado aún, las montañas. Como ogros buenos. Como gigantes de una película que muy pocos han visto. Una superproducción anónima. Lo mejor de lo mejor de la Patagonia.

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