jueves, 6 de julio de 2017

La selección chilena de fútbol desde una perspectiva económica (o porqué llegaron a cuatro finales)

La llegada de Chile a la final de la Copa Confederaciones es una cuestión económica. Es la misma que sustenta las última tres finales que disputó. 
Detrás del acontencer de los países -y diré acontecer y no desarrollo- hay conducta preconcebidas. Hay fórmulas mentales. Hay receptáculos en los que conviven emociones con razones, con deseos con miedos. Quisieramos que no pero estos sistemas terminan gobernando nuestras acciones conjuntas. Nacionales. En nuestra vida. En nuestra economía. En nuestra política social. Gobiernan incluso a nuestras selecciones de fútbol.
En su libro “Hacer negocios con palabras”, el pensador Arjun Appadurai, recuerda, subraya y vuelve a subrayar, las conductas preformartivas que dominan las decisiones en el mundo financiero. Los ejecutivos de las principales firmas que comercian con bonos y acciones se llaman a sí mismos “Master of the Universe”. Porque, en verdad, comandan los destinos del planeta. ¿Por qué los brokers toman decisiones extremas? ¿De dónde nacen el afán de lucro y la vocación por la incertidumbre y el riesgo? ¿Por qué ambos, sueltas las cadenas, pudieron llevar al abismo a la economía norteamericana en 2007-2008? Bueno, no es casual. Es causal. 
Las decisiones basadas en la amalgama de pensamientos históricos, sentimientos, terrores y ambiciones propias de una ¿cultura? ¿civilización? (por ahí anda la cosa) se solidifican en estructuras preformativas. Hacemos lo que hicimos porque lo hicimos porque, hasta ciertas estatura del imaginario colectivo, suponemos que eso es lo que nos designa y nos resulta natural. Que no seríamos si no fuéramos eso que somos. Que nuestra naturaleza es: “algo”, “esto”. Como cuando decimos los argentinos son nostálgicos y los chilenos ladrones (en la terminal de buses de Osorno, por ejemplo, le advierten a los pasajeros de los colectivos que van y vienen de la Argentina, que tengan cuidado al bajar porque es “peligroso” y pueden “robarles”, reforzando la mitología a la que aludo). 
El juego de Chile respondió por décadas a un pensamiento primario y fundamental que excedía con mucho la lógica del juego: Chile era un país que no podía. No podía qué. Nada. No podía. Después de 23 años de gobierno militar, el país, pudo. Le dijo NO a un gobierno que auguraba las peores tormentas si no se confirmaba su continuidad. Entonces todo cambió. Se negó al gobierno que nos “enseñó” que la austeridad es la semilla del progreso (austeridad como un eufemismo de pobreza, se entiende). Por eso todos los salarios de los trabajadores se volvieron todavía más apretados que cuando el gobierno Popular de Salvador Allende, y la flexibilización se convirtió en un mantra empresarial. Excepto para los trabajos militares. Bien remunerados y bien sólidos. Con jubilaciones a los 45 años. Hoy también.
Aquel fue el gobierno que nos repitió hasta el hartazgo que el “desorden” del gobierno socialista y no la CIA --cuando fue la CIA tal como lo reveló la propia CIA hace no mucho--, fue lo que hizo imprescindible “poner orden” (y eso que los chilenos somos cualquier cosa menos desordenados).
Pero fue No y Chile pudo. Las siguientes tres décadas el país pudo democratizar el derecho a la vivienda. Las clases medias y bajas con muy poco pueden hoy tener un hogar. Una medida nada austera que ayudó a reactivar la economía. Pudo abrir el acceso gratuito a la salud (a través del FONASA) y la reinversión en la agotada estructura sanitaria. Un punto que no puede adjudicarse la Democracia Cristiana ni el Comunismo chilenos sino un gobierno de derecha como el de Sebastián Piñera (así de contradictoria y rara es la política social trasandina). La presidenta Michelle Bachelet acentuó el proceso llevando el gasto anual del sector a los 11.000 millones de dólares anuales. Y bajo su administración llegó la educación universitaria gratuita. La misma que aparentemente quiere sacar Piñera de ganar. (Quién los entiende)
Volviendo al fútbol. Entre 1997 y 1998, Chile tuvo a algunos de los mejores jugadores de su historia. Marcelo Salas, Iván Zamorano, adelante; Pedro Reyes y Javier Margas, atrás. Zamorano venía de la pobreza extrema y su primera entrevista en televisión se la dio a Pedro Carcuro con una campera de cuero prestada. Pero Margas era hijo de un empresario y no necesitaba salvarse con el fútbol. Chile hizo un buen papel en Francia 98. Apenas eso. Algo faltó. 
Las conducta preformativas estaban allí. Había talento y ambición y sueños, pero ese “algo” impedía el crecimiento. Hizo falta la presencia de un “Loco” para cambiar la historia. Toda esta línea es literal. Marcelo Bielsa es el loco que trajo consigo una nueva forma de entender la realidad, de concebirla, y cambió el orden y cambió los resultados. Los cálculos le dieron distinto. Su visión era, en definitiva, una visión economisista sobre el deporte. Qué es la economía en términos clásicos: la administración de los recursos escasos. Para cuando Bielsa llegó, Salas estaba en el final de su carrera. Los recursos del “Loco” eran mínimos, pero los administró bien. Incertó una idea en una generación: se puede atacar. Porque atacar y jugar, es más importante que ganar. Primero hay que atacar. Dominar. Asfixiar. Ganar vendría a ser una consecuencia. Una beneficio colateral. Como los chilenos siempre perdieron a todo, el proyecto de perder atacando les alegró el día. Es un acto poético para una nación que ama la poesía. 
Paralelamente, Chile, donde solo se consumía una manzana pequeña y un poco amarga, y se bebía vino pipeño, rico pero no superlativo, se reveló como uno de los principales productores de vinos y manzanas en el mundo, amparado en una política de calidad media y precios bajos. La fórmula del éxito siempre estuvo en su folclore pero pasaron muchos años antes de que las nuevas generaciones de empresarias pudieran verlo. El precio internacional del cobre sirvió como base. Piedra angular de una economía breve en un pueblo que tiene la más baja tasa de natalidad de Latinoamérica. Base indiscutible de mucho de lo que se traduce en inversión pública (y esto no quiere decir que las políticas públicas sobre las regalías del cobre merezcan un diploma). 
Las victorias de Bielsa trajeron anunciantes que nunca antes acompañaron a la selección. El público comenzó a llenar estadios. El equipo descubrió que había un horizonte: gloria, quizás, plata, muy probablemente.
Ninguno de los jugadores de la selección chilena actual hubieran podido trascender en un país sin empuje económico, sin pretenciones de distribuir la riqueza, sin escuelas con perspectiva de modernidad y sin salud con un mínimo de higiene. Todo esto es lo que posee Alemania, sumado a su pasión por el fútbol. Esto explica también su éxito programático. No es tan solo un problema de método futbolístico. Es un emergente de un escenario cultural. No todo país rico juega necesariamente bien a la pelota. Si no le interesa a su gente no lo hará. 
La mayoría de los jugadores chilenos proviene de hogares humildes pero ni remotamente tan miserables como los hogares que exhibió como estadísticas el Chile de los 50, los 60, los 70 y especialmente los 80. La diferencia es clara: en los 80 se profundizaron las políticas públicas de cuidado infantil. La mayoría o el total de las familias pobres podía y pueden contar con que sus hijos se alimentarán en las escuelas públicas y recibirán asistencia social. 
Eso es histórico. Eso complementa el enorme espíritu de Arturo Vidal, criado por una madre soltera como un rey, como un ganador. Ese es el tipo que traba pelotas con la cabeza. 
El imaginario global, el comercio desentralizado, los pasajes baratos en avión y el boom estratoférico del fútbol hicieron el resto. Lo que vimos el domingo no fue un Chile contra Alemania en términos puros, fue un Europa contra Europa. Es el Viejo Continente el que importa jugadores para formarlos y dotarlos de una estructura física y una disciplima mental que los haga competitivos. Que los vuelva productos de elite. Comercializables. 
Pero la idea de que como equipo, un país como Chile pueda derrotar a un gigante como Alemania, eso viene de un cambio de paradigma. De reinventar el camino.

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