martes, 11 de agosto de 2015

El dinero sí hace a la felicidad


El dinero sí hace la felicidad. Y no tenerlo tiene algo de resfrío crónico. De enfermedad mal curada. El problema de esta felicidad presupuestada es que no todos nacen con el talento para cosechar dólares. Es decir, curarse en soledad o compañía de la falta de guita. La mayoría de nosotros, de hecho, está demasiado ocupada en alguna otra cosa como para, además, preocuparse de ganar plata. El camino de la vida está repleto de carteles que advierten que debemos guardar para cuando seamos unos viejitos desdentados. Pero nadie hace mucho caso a la tercera edad cuando imaginamos que perduraremos en la segunda. Ganar dinero no debería ser una obligación. Aprender a vivir, sí. Pero es al revés, vivir está por debajo. Suponemos que quien permance sentado en la vereda vive menos que aquel que se traslada hasta Japón para conocer una cultura distinta. Y...tienen razón. Durante años hemos pensando que obtener dinero de nuestras acciones no tiene nada que ver con las circunstancias del mercado, ni con la suerte sino con ciertos méritos que se nos escapan. La verdad es que quien carece de capacidad para ganarse el sustento pagará por sus pecados. Pero quién no tiene capacidad pero algo de suerte y cabeza (aquel que hereda tres propiedades de una abuela solitaria) sobrevivirá con la mirada alegre. La mayoría de las veces que logramos algo en esta vida es por puro accidente. Nos esforzamos, claro. Le ponemos garra, cierto. Pero nada ocurre. Hasta que un día, los hechos se combinan. Nos ganamos el mango. Lo pueden decir los vendedores de bonos en Nueva York que en los 70 usaban trajes gastados y en la siguiente década transmutaron en millonarios. El dinero sí hace la felicidad es una afirmación tan auténtica y filosa como admitir que un día todos moriremos. Que seremos olvidados. O aprendemos o nos quejamos.

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