Como un fenómeno climático que
reitera sus huracanes y sus desbordes cada determinada cantidad de
años, Jorge Lanata vuelve a la pantalla chica para alegría de
algunos e infelicidad de otros.
Es verdaderamente indiscutible que
Lanata jamás ha pasado ni pasará desapercibido. Ya sea por
admiración o aberración de los otros, el creador de “Página/12”
suma seguidores por cientos de miles en la Argentina.
Su nuevo desembarco “Periodismo Para
Todos” (PPN) no dejó indiferente a nadie. Tal como lo hizo con
“Página 12”, entre fines de los 80 y mediados de los 90, o con
sus anteriores ciclos televisivos como “Día D”, o radiales como
“Rompecabezas”, Lanata genera periodismo de alto impacto con muy
pocos elementos. Aquí no hay llantos ni histeria. Tampoco abunda la
superproducción. En el reino de Lanata todo se decanta por la
obviedad o la omisión del despropósito político y social. Aquello
que deberíamos ver pero que la aceleración de los tiempos nos lo
ciega. Despojado, mínimo Lanata se muestra allí para apuntar con el
dedo.
Uno de sus primeros programas estuvo en
su mayor parte dedicado a su viaje a El Calafate y a un recorrido por
demás cotidiano por la tierra de la presidenta Cristina Fernandez de
Kirchner. El periodista desvergonzado que irrumpe en el patio de
Cristina.
Como era de esperar no se alojó en
cualquier hotel sino en uno de los dos que posee la mandataria en
Santa Cruz. Quiso hacerlo en ambos pero un encargado del lugar se lo
impidió, cuando ya se instalaba con sus maletas en el segundo,
porque según argumentaron en principio desde la recepción el hotel
estaba lleno aunque lucía tan vacío como la estepa patagónica.
Después le confesaron que a él, si, su justo a él, no lo querían
como huésped.
Con estas dos situaciones breves y
superficiales, Lanata armó un programa para picar alto entre la
audiencia demostrando una vez más su inteligencia y total manejo del
oficio periodístico. Ofreció una pincelada, un bosquejo personal de
cómo funciona el poder real de los Kirchner en la austral provincia
y, por proyección, en el resto del país.
Con los años se ha vuelto mucho más
importante lo que Jorge Lanata vive que lo que Jorge Lanata dice.
Esto tal vez fundamente el hecho de que Lanata aparezca ahora ante su
audiencia, en vivo y directo, amparado por un telón típicamente
teatral. Su primer contacto con el público no es a través del
periodismo sino mediante un monólogo guionado, donde se alternan
visiones de la realidad argentina con una serie de gags de diverso
voltage. Es como si quisiera quitarle peso a sus palabras para poder
ir aun más lejos de lo que en verdad se le permite ir a un
periodista. Un límite de irreverencia en el que se regodean los
actores y los humoristas del stand up de los teatros off.
Después vienen las notas. La
singularidad de Lanata realza sus acciones periodísticas. Su figura
de personaje literario construido con las partes caprichosas que él
mismo ha podido encontrar en sus muchas lecturas se volvió un sello.
Lanata siempre vistió caro pero en el último tiempo ha acentuado el
concepto. Su cuerpo voluminoso se enfunda en trajes, corbatas y
sombreros que lo alejan de la imagen del reportero o del cronista
tradicional y lo acercan a una versión cool de Michael Moore, otro
embestidor por naturaleza pero que en materia de ropa y modales deja
un universo que desear.
El Jorge Lanata que regresó de un
ostracismo impuesto, según sus propias palabras, por los dueños y
conspiradores del sistema televisivo, condimenta sus parlamentos con
mayores dosis de ironía y agresividad. Durante sus años televisivos
el periodista vio como el establishment le pasaba una onerosa factura
por su éxito.
Su ingenio, sus desbordes, sus
descubrimientos que pusieron en ridículo al poder no fueron
olvidados.
En los últimos 4 años el escenario
político dio múltiples volteretas, como suele hacerlo, se
reconvirtió pero Lanata no estuvo siempre allí para testimoniarlo.
Terminó apartado del eje. Lejos del centro. Recluido en el cable, en
la radio o en columnas escritas y esporádicas.
Por esto es que su vuelta, bajo el
amparo de una canal líder como el 13, está cargada con un
inevitable espíritu revanchista.
Es factible pensar que durante su rica
etapa gráfica Lanata permaneció “protegido” de los embates más
amargos y salvajes tanto del poder como de la opinión pública
masiva. “Página/12” funcionaba como un bastión intelectual, un
hecho que instalaba la discusión, la suya, la de sus periodistas, la
de sus adversarios, en un plano especial. Acotado pero revestido de
prestigio.
Su ingreso a las grandes ligas de los
medios donde el éxito se cuenta por millones de pesos y puntos de
rating, antes que por la estatura dialéctica del contrincante, le
significó ganarse nuevos y mayores enemigos.
Su evolución psicológica en el
terreno televisivo es también una respuesta, a ratos brutal, a
quienes lo confrontaron durante estos años con afiladas armas. De
allí que Lanata y su programa se cierren sobre sí mismos: él y
sobre todo él. Como un núcleo duro y apretado capaz de soportar los
embates del poder.
Jorge Lanata entiende de sobra que la
crueldad es parte del negocio que más lo seduce.
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