jueves, 12 de julio de 2012

Leer de noche


Después de la medianoche. Mejor aún, pasada la una de la madrugada encuentro el mejor momento para leer.
De pronto las almas del planeta se aquietan, los grillos y las moscas se congelan, los vecinos duermen el sueño eterno.
Carezco de orden. Los títulos se acumulan a los costados de mi cama e interfiero en sus páginas con prepotencia. Me regodeo en la facilidad con que se puede saltar de una historia a la siguiente. Como si se tratara de un auténtico zapping televisivo.
Leer es un zapping sobre la imaginación ajena.
Creo que fue Rodrigo Fresán el que dijo que no es casualidad que los libros posean la forma de una puerta. Una puerta cerrada que se abre.
Una vez adentro observo el paisaje y tomo decisiones sobre la marcha: me quedo a vivir o me largo de este lugar. A veces permanezco. Cada tanto un libro me enamora.
Una taza de café prolonga por lo general mi travesía, pero no mucho. Sin ir más lejos, ayer me vi obligado a renunciar, a segundos del final, de "Hacia rutas salvajes" de Jon Krakauer, el libro en el cual se basó el filme de Sean Penn.  

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