Después de la medianoche. Mejor aún,
pasada la una de la madrugada encuentro el mejor momento para leer.
De pronto las almas del planeta se
aquietan, los grillos y las moscas se congelan, los vecinos duermen
el sueño eterno.
Carezco de orden. Los títulos se
acumulan a los costados de mi cama e interfiero en sus páginas con
prepotencia. Me regodeo en la facilidad con que se puede saltar de
una historia a la siguiente. Como si se tratara de un auténtico
zapping televisivo.
Leer es un zapping sobre la imaginación
ajena.
Creo que fue Rodrigo Fresán el que
dijo que no es casualidad que los libros posean la forma de una
puerta. Una puerta cerrada que se abre.
Una vez adentro observo el paisaje y
tomo decisiones sobre la marcha: me quedo a vivir o me largo de este
lugar. A veces permanezco. Cada tanto un libro me enamora.
Una taza de café prolonga por lo
general mi travesía, pero no mucho. Sin ir más lejos, ayer me vi
obligado a renunciar, a segundos del final, de "Hacia rutas
salvajes" de Jon Krakauer, el libro en el cual se basó el filme
de Sean Penn.
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