jueves, 12 de julio de 2012

Para ver a Scarlett Johansson desnuda



Fue en una película de época la primera vez que quisimos verla desnuda. Sus labios sensuales, bombónicos, anticipaban aquello que estaba vedado: el resto. El vestido, el guión, la mesura de Hollywood, no sé, no nos permitía pasarnos de mambo.
Desde entonces hemos querido apreciarla sin ropa. Como una obsesión que trasciende las connotaciones estrictamente sexuales.
Queremos que Scarlett Johansson sea verdaderamente humana porque sabemos que puede serlo. Que detrás de sus ropas no se esconde más que una chica bien provista. Una chica como muchas otras a pesar de su excepcionalidad.
Cuando Sofía Coppola puso su cola en primer plano en la escena de apertura de “Perdidos en Tokio”, lo que hizo fue subrayar la ironía. El culo carnoso de Scarlett presentado como un elemento cotidiano. Como algo que es capaz de abrir el día en un hotel.
Como un jugo de naranja. Como el aroma de la hierba mojada.
El público ha clamado porque Scarlett revele sus pechos, presente sus piernas tocadas por la juventud dorada y por la adultez que no deja de crecer en su vida como lo hizo en la de BB o  Kim Basinger.
Cuanto más envejece en su juventud, más deseable se vuelve su desnudez. Periódicamente están apareciendo fotos suyas robadas a su intimidad. Un ritual que la masa espera. Paciente.
Y cuando aparecen, con ella sin nada, o con muy poco, el mundo entra en clímax.
Scarlett con un poco de celulitis, algo pasada de kilos, menos pristina que en sus films iniciales, más normal que Angelina o Madonna. Normal pero rica.
La obviedad de que nadie es dios sobre la tierra, sólo la vuelve un objeto dramáticamente contemporáneo. Su estrella a medida que pasa el tiempo, se ilumina con mayor intensidad.
Su piel es piel, y acosada y todo, podrá envejecer mientras distintas generaciones se hacen los ratones. En eso, se diferencia a casi todas las estrellas del universo del cine de este y otras épocas.

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